El
puente Nolaya a principios de los años setenta del pasado siglo
En la carretera Ciudad Real-Toledo a
pocos kilómetros de Ciudad Real, se encuentra el nuevo Puente Nolaya inaugurado
en el año 1973. Desde el nuevo puente podemos ver, ahora que la sequia está sacando
a la luz las viejas edificaciones que hubo en el Guadiana, el viejo puente y lo que fue molino harinero
ahora en ruinas. Según el Diccionario Geográfico-Estadístico-Histórico de
España y sus Posesiones de Ultramar, obra de Pascual Madoz entre 1846 y 1850,
el viejo molino harinero era de cinco piedras.
Estado
actual del puente, una vez que la sequia
ha dejado ver por completo el mismo
Hoy traigo las imágenes de los restos
del viejo puente y molino, combinadas con un escrito publicado por Francisco
Mena Cantero en el diario “Lanza”, el 17 de diciembre de 1986, en su sección “Conversaciones
en el Pilar” y que llevaba por título “Puente Nolaya”, en el cual decía lo
siguiente:
Los
fotografías que se publican fueron realizadas la pasada semana aprovechando la
sequia que sufre el pantano del Vicario
“Cuando
en Ciudad Real no existían piscinas, no ya publicas sino ni siquiera privadas;
cuando los chicos de la posguerra jugábamos al futbol, en las calles o en las
eras, con pelotas hechas con trapos y cuerdas; cuando el tufillo de poblachón
manchego de la “capitaleja” llegaba hasta los confines de la provincia; cuando
ya se empezaba hablar de televisión en lugares, para todos, lejanos y raros;
cuando las películas se marcaban con letras, según el grado de inmoralidad, en
las puertas de las iglesias; cuando, a pesar de todo, la vida era lenta y
pausada y las conversaciones e hacían aburridas de tanto uso; cuando se podía
salir a pasear a altas horas de la noche, a cualquier lugar, sin miedo a nada,
salvo a la oscuridad; cuando no se habían puesto de moda los tirones ni la
droga; cuando, en fin, la vida era más pobre, pero más tranquila aunque
aburrida, los chicos de aquellos años nos bañábamos en el Guadiana, porque la
civilización aún no había llegado a sus aguas.
A
siete u ocho kilómetros de Ciudad Real, siguiendo la carretera de Madrid a
Toledo, después de dejar el cerro de la Atalaya a poco más de tres kilómetros,
hay un pequeño repecho –que para quienes íbamos en bicicleta parecía el
Tourmalet-, que corresponde a la llamada “Serrezuela”, tierra rojiza que se
inclina a la derecha hacia la Atalaya, y a la izquierda va enlazar con las
leves inclinaciones de Sancho Rey y zonas limítrofes. Después, dos cuestas más
y a la bajada, gira la carretera hacia la derecha para iniciar la subida del “Pielago”.
Justamente en el recodo de la carretera, había un puente, pequeño, estrecho,
sencillo, de piedra, junto al que, en tiempos que no conocí, hubo un molino. Se
le conocía al lugar con el nombre de “Puente Nolaya”, sitio por donde Guadiana
misterioso y legendario, corría limpio y fresco en verano, solaz y leite para
nuestros cuerpos de muchachos, cansados y sudorosos de la gran caminata, fuera
en bicicleta o a pie –pues de todo había en aquellos tiempos.
El
molino era una casa amplia de dos plantas, rodeada de juncos, masiegas y otras
plantas que se aclimitan a la humedad. Los dueños, recuerdo, vendían bebidas
para los cazadores, en invierno, y para los bañistas en verano. Luego, más abajo
a favor de la corriente del rio, junto a un ensanchamiento del Guadiana, a unos
quinientos metros del puentecillo, estaba la zona que denominábamos “Malvarrosa”,
más profunda y apartada para el baño. Allí alguien instaló un chiringuito con
bebidas y bocadillos -¿recuerdas, Mateo Cumplido?- Al atardecer, cuando las dos
luces confluyen en poniente, la brisa húmeda del río aligeraba el calor y
suponía un respiro en la jornada. Más, para los chicos se hacía tarde, porque
más de siete kilómetros esperaban las
fuerzas de nuestras piernas, para volver sin que se enterasen en casa.
Hoy,
el puente, con su pequeño caserío ya, al pie y en ruinas, queda al margen, como
los dibujos y garabatos, que los estudiantes trazan en los libros de texto. Una
carretera amplia, sobre un puente más aerodinámico y elevado, cruza el lugar y
sólo queda, casi, el recuerdo y poco más. No obstante puede verse aún el
puentecillo y la estrecha carretera marginal, testigo de otros tiempos, pobres
y difíciles por culpa de una guerra que no debió existir.
Conservó
un oleo pequeño, una reproducción del Puente Nolaya. Reconozco que no posee más
valor que el puramente sentimental, pero a uno, que es algo romántico, le gusta
evadirse, de vez en cuando, hacia otros tiempos que, si no fueran mejores,
tienen al menos el sabor de la Arcadia perdida.”
Restos
del antiguo molino harinero
En
el año 1973 se dejó de utilizar este viejo puente
Visión
que ofrece actualmente el puente, una vez que han bajado las aguas del Vicario
con motivo de la sequia
La zona es un referente en mi vida. Primero porque de niño y jovenzuelo íbamos a pasar el día contemplando el río y bañándonos en él. Luego, porque para ir a Madrid, utilizaba la carretera que soportaban las piedras del puente. Además, en mi libro 'Ahora no puede ser, que todo fue nada' hay un episodio inspirado en el personaje 'La Quintina' y su playa, instalada junto a las aguas del Guadiana, a la entrada del puente, en dirección a Toledo.
ResponderEliminarPrecioso reportaje.Gracias!!!
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